martes, 15 de diciembre de 2009

Puertas como scape

Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquiles; cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Hades muchas almas valerosas de héroes, a quienes hizo presa de perros y pasto de aves.



Así inicia la Iliada de Homero. ¿Por qué escoger este fragmento de esta obra que registra el comienzo de la humanidad? Esa humanidad no yace enterrada por el paso del tiempo. ¿No se ha convertido el mundo también en una guerra? Como no quiero sonar dramático he de virar por otros rumbos mi verbo. Ahí va. La ira. Durante gran parte de mi vida conviví con ella. Nunca tuve brazos musculosos. Acaso mi estatura, pelo raso y castrense. Mal encarado para los morros, tieso para los Hectores y las Troyas. Nunca derribe un mundo. Jamás molí hasta las ruinas una ilusión. La verdad es que otros ya lo han dicho mejor y con una sutilidad de la cual carezco.


Pero es cierto que vivir es dar de palos al infante enquistado en nosotros, a las generaciones anteriores que se aferran nostálgicamente a su pasado. La ira es necesaria para vivir y oponer resistencia al enemigo, pero sólo si viene después de la palabra que ha crecido y se ha fortificado en el dialogo. Un hecho simple: el cazador que todos llevamos dentro tuvo que haberse formado después de inventar el más rudimentario de los lenguajes. Además entre los guerreros había oradores sabios.


Troya cayó porque los aqueos usaron su brazo iracundo para mantener en pie lo que habían levantado. Cualquier púber encontrará trivial el motivo. Paris, de la bandita de los Troyanos, dice que la morra andaba querendona y que él nomas coopero. Los de la bandita de los Aqueos salieron con que Helena empujaba a Paris cuando le quería plantar unos kikos. Estate quieto- le decía- ya verás cuando llegué Menelao. El chiste es que la Helena llegó hasta Troya, donde vivía el Paris, el cual tenía fama de metrosexual. Entonces el Menelao cuando se dio cuenta de que le andaban pedaleando su bicicleta juntó a su bandita y se fue a armarle pleito al Paris.


En el camino a Troya Aquiles y Agamenón se toparon con una bandita en la esquina y les dieron baje con dos morras que luego Agamenón, nada despistado, se las apaño, dejando a Aquiles furioso. Sobre todo porque él se había aventado el tiro. La verdad es que lo que menos le importaba a Aquiles era que le hubieran quitado su mujer. Estaba así porque lo habían despojado del motín que le correspondía. De modo que su ira no venía de un capricho, ya que así se había acordado en el código de la tribu. Fue cuando entonces dejó que la bandita de los Troyanos tupieran a los Aqueos. El dilema de Aquiles era decidirse por defender el derecho a su motín o su obligación como guerrero de combatir a la cabeza de su bando.


La historia es larga y corto el espacio. ¿Cómo he de terminar este recorrido? Una vez saliendo de un antro sentí lo que Aquiles al enterarse de la muerte de Patroclo. Súbitamente comenzaron a golpear a un amigo. No sé que fuerza lubricó mis brazos y mis pies- bueno, habíamos bebido dos botellas de Brandy- qué zona dormida de mi cerebro había despertado tras años de ensoñaciones pacifistas, pero Troya había caído y yo con ella. La sangre en mis puños raspados de golpear ya rostro ya pavimento. Los cabellos erizados. Yo fui preso de la ira para defender a mi grey. Mi dilema era más vulgar y vacuo. Peleaba porque era mi amigo y lo estaban golpeando. ¿No era lógico que andando cazando algún día tendríamos que luchar con otros cazadores? ¿Era eso lo que se expresaba en cada golpe asestado en el rostro? ¿Era acaso una forma de anular al enemigo? ¿Ilión era entonces un burdel?